Buona Terra

Cuero Argentino: historia, identidad y potencial productivo Primera entrega del ciclo “Mundo Cuero”


Introducción: El cuero como identidad nacional

Pocas materias tienen el peso simbólico y económico que ostenta el cuero en la historia argentina. Más que un material, ha sido refugio, moneda de cambio, emblema cultural, motor de industrias y testimonio del tiempo. Desde las vaquerías coloniales hasta los bolsos de autor contemporáneos, el cuero argentino ha dejado huella en cada etapa del desarrollo del país.

Hoy, hablar de cuero no es solo hablar del pasado. Es mirar un tejido productivo que aún conserva saberes, desafíos y un potencial latente para quienes creen en la durabilidad, en la nobleza de lo hecho con tiempo, y en la economía que arraiga.


1. Raíces históricas del cuero en el país

El cuero fue uno de los primeros recursos naturales en tener valor estratégico en el territorio que hoy conocemos como Argentina. A comienzos del período colonial, mientras la carne se consideraba de escaso valor y se desperdiciaba, las pieles curtidas se convertían en una mercancía esencial. Las llamadas “vaquerías”, que aprovechaban el ganado cimarrón sin establecer cría, se dedicaban exclusivamente a la extracción de cueros.

En el siglo XVIII, los saladeros y curtiembres comenzaron a consolidar una estructura más organizada. Ya no se trataba solo de recolección, sino de transformación. Con la consolidación de la economía agroexportadora en el siglo XIX, el cuero pasó a representar uno de los pilares del comercio exterior argentino. Buenos Aires se convirtió en un nodo portuario clave desde donde salían toneladas de cueros a Europa, mientras en el interior se multiplicaban los saberes asociados al curtido y la talabartería.

No es casual que Domingo F. Sarmiento, en su célebre obra “Facundo”, hablara de una “civilización del cuero” para describir el carácter material y simbólico del país en formación. El cuero era abrigo, herramienta, protección y símbolo.


2. La cadena productiva del cuero: de la ganadería al diseño

La potencia del cuero argentino no nace solo de su historia, sino de la forma en que se estructura su cadena de valor. A diferencia de otras industrias, el cuero no tiene origen autónomo: es un subproducto de la industria ganadera, lo que le otorga características particulares.

La cadena comienza con la cría bovina, donde las condiciones naturales de la pampa húmeda y el pastoreo extensivo generan pieles de excelente calidad. A partir de allí, la faena en frigoríficos produce el cuero crudo, que pasa a manos de curtiembres, donde se estabiliza mediante procesos químicos o vegetales. Finalmente, ese cuero ya tratado se transforma en manufacturas: carteras, mochilas, cinturones, calzado, indumentaria, artículos ecuestres o piezas técnicas.

Cada eslabón tiene sus desafíos, y también su saber específico. La calidad del cuero argentino se explica tanto por la genética animal y el entorno natural, como por el conocimiento acumulado en las curtiembres artesanales, en los talleres familiares y en las marcas que hoy reinterpretan el material desde una mirada contemporánea.


3. Manufacturas de cuero: tradición, diseño y territorio

A diferencia de otros sectores industriales, las manufacturas de cuero argentino conservan un carácter profundamente artesanal, territorial y simbólico. Desde las talabarterías rurales hasta las marcas de autor en contextos urbanos, el cuero ha sido —y sigue siendo— un material que permite diseñar con identidad.

El universo de manufacturas incluye carteras, mochilas, cinturones, portanotebooks, fundas, billeteras, calzado, indumentaria, guarniciones ecuestres, artículos técnicos e incluso piezas decorativas. Si bien muchas de estas categorías tienen versiones industriales, las manufacturas de cuero en Argentina se destacan por la intervención manual, la singularidad y la historia contenida en cada producto.

Este entramado productivo está compuesto en gran medida por PyMEs, microemprendimientos y talleres familiares, muchos de ellos con décadas de experiencia y saber acumulado. En muchos casos, la transmisión del oficio no pasa por instituciones formales, sino por el trabajo compartido entre generaciones.

Pero más allá de las herramientas o las técnicas, lo que da valor al cuero es la mano que lo transforma. No hay máquina que reemplace la mirada entrenada que detecta imperfecciones, ni cálculo que sustituya la intuición del que conoce cada tipo de piel con solo tocarla. Trabajar el cuero lleva años. Amarlo, una vida.

Cada tajo, cada costura, cada curva de moldería tiene detrás una decisión tomada por alguien que respeta el material. Porque el cuero no se impone: se entiende, se escucha, se guía. Y eso requiere algo más que técnica. Requiere pasión, paciencia y el deseo profundo de que lo que uno hace dure y represente.

Las manufacturas argentinas de cuero no compiten por escala, sino por valor. Valor simbólico, estético, cultural y de origen. Cada pieza que se fabrica es también un pequeño manifiesto de lo que somos: país ganadero, país de manos que hacen, país de objetos que duran.


4. El cuero argentino: materia prima con carácter

El cuero argentino tiene reconocimiento internacional por una combinación de factores que no es casual, sino resultado de una sinergia entre territorio, genética animal, crianza y oficio.

En primer lugar, la calidad de la piel se define desde el origen. El ganado criado a campo, en vastas extensiones naturales, sin confinamiento industrial, genera una fibra más firme, más pareja y con una elasticidad que solo el tiempo y el movimiento libre pueden otorgar. La menor exposición a parásitos, alambrados o estrés animal también reduce las marcas, lo que permite un uso más amplio del material sin descartar grandes superficies.

Además de la materia prima, influye el proceso de curtido. En Argentina conviven múltiples técnicas, pero en los últimos años el curtido vegetal ha ganado protagonismo entre los productores que priorizan la sustentabilidad, el acabado natural y el envejecimiento noble del cuero.

Un cuero bien curtido, trabajado con respeto, tiene tres grandes virtudes: resiste, mejora con el uso y cuenta una historia. A diferencia de otros materiales sintéticos o descartables, el cuero envejece con dignidad. Cambia de tono, se ablanda, se adapta. Como si registrara el paso del tiempo y lo devolviera en forma de carácter.

En ese sentido, cada pieza de cuero argentino puede ser distinta. Y ahí está su riqueza. En un mercado global saturado de productos idénticos, impersonales y descartables, el cuero argentino se ofrece como lo opuesto: natural, imperfecto, irrepetible.


5. Sustentabilidad: el cuero como subproducto y material responsable

En un mundo cada vez más consciente del impacto ambiental, es importante desmontar algunos mitos y comprender por qué el cuero —cuando se produce de forma responsable— puede ser una de las opciones más sustentables dentro de la industria de la moda y los accesorios.

Primero, porque el cuero no se produce “para ser cuero”: es un subproducto de la industria frigorífica. La cría de ganado no existe con el fin de obtener pieles, sino carne y leche. Si no se utilizara el cuero, ese material se convertiría en residuo industrial de alto volumen y difícil tratamiento.

Darle uso a esa materia implica, en sí mismo, una práctica de economía circular: transformar un desecho inevitable en un objeto valioso, últil, duradero y muchas veces reparable. A diferencia de los materiales sintéticos —que se fabrican desde cero a partir de plásticos y derivados del petróleo— el cuero no necesita crearse, solo aprovecharse con inteligencia.

Ahora bien, no todo cuero es igual. Existen distintos métodos de curtido, y ahí radica gran parte del debate ambiental:

  • El curtido al cromo, el más utilizado a nivel global por su rapidez y bajo costo, presenta riesgos si no se controla correctamente: el uso de químicos pesados puede contaminar aguas y generar residuos peligrosos si no se trata con tecnología adecuada.
  • El curtido vegetal, en cambio, se basa en taninos naturales extraídos de cortezas y raíces. Es un proceso más lento, más costoso, pero también más noble. El resultado es un cuero con acabado natural, biodegradable y con una capacidad de envejecimiento estético superior.

En Argentina, muchas curtiembres y talleres están optando por esta vía. Y también diseñadores que comprenden que el material no es neutro: es un mensaje.

Elegir cuero natural, duradero, bien trabajado, es elegir menos consumo, menos descarte, más memoria y más conciencia. En tiempos donde todo tiende a lo inmediato, hay algo revolucionario en optar por lo que dura.


6. Presente y futuro: entre desafíos, oportunidades y visión de país

Hoy el cuero argentino se encuentra en un punto bisagra. Por un lado, enfrenta desafíos globales: la competencia con países que producen a gran escala y bajo costo —como China o India—, el avance de materiales sintéticos “eco-friendly” que no siempre lo son, y los cambios en los hábitos de consumo que priorizan precio sobre durabilidad.

Pero por otro lado, existe una oportunidad única para reposicionar al cuero argentino desde un lugar de valor, autenticidad y diseño con identidad propia. El mundo ya no busca solo productos: busca relatos, procesos, ética, estética. Y el cuero bien trabajado tiene todo eso.

La clave está en dejar de vender solo materia prima y avanzar hacia la consolidación de manufacturas con valor agregado y rostro propio. No alcanza con exportar cuero crudo. El verdadero potencial está en transformarlo en objetos con identidad, diseño y marca país.

En ese camino, la construcción de una marca sectorial sería un paso estratégico: una identidad colectiva que posicione al cuero argentino como símbolo de calidad, de oficio, de origen, de la misma forma en que lo ha hecho Italia con su calzado o Francia con su marroquinería de lujo. Una marca país que no quede solo en un logo, sino que convoque al sector, que articule estándares, narrativas y políticas que permitan que el mundo sepa —y valore— qué significa que algo sea hecho en cuero argentino.

Además, existe un aliado silencioso pero poderoso: el turismo. Cada vez más visitantes buscan llevarse algo auténtico, duradero, con historia local. Y ahí el cuero tiene un diferencial incomparable frente a los souvenirs descartables o genéricos.

Como dijo Manuel Belgrano: “Un país desarrollado no exporta cuero, exporta zapatos (o en nuestro caso, marroquinería).”

La frase sigue siendo faro. Porque exportar solo materia prima es renunciar al valor del diseño, del trabajo, de la identidad. El verdadero desafío está en transformar ese cuero en objetos que cuenten una historia. Que digan: esto fue hecho acá, con saber local y con visión de futuro.

Y ahí entramos nosotros. Ahí empieza Buona Terra.

Nacimos de esa necesidad: la de fortalecer una propuesta de valor real. De dejar de hablar de lo que hay que hacer y empezar a hacer. De ponerle amor a cada pieza. De decir lo que había que decir, a través de las manos, del diseño, del cuero.

Porque no alcanza con tener el mejor material del mundo: hay que contarlo, hay que construir sobre él.

Y eso hacemos cada día: contarle al mundo que acá, en esta tierra, está el mejor cuero: el Cuero Argentino.


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